Era noviembre de 1911, estaba acompañado de un atardecer nublado en un parque desolado. Quería escapar de mis pensamientos y encontré la manera de hacerlo mientras daba paso por paso observando con asombro la naturaleza. Mis zapatos cafés hacían crujir las hojas secas que caían de los árboles, me detuve y camine lentamente para apreciar un poco más el sonido que se generaba. La sorpresa fue inmediata cuando vi un pergamino sobre el camino, en él se encontraba el retrato de una bella dama, lo doble y lo guarde en mi bolsillo. En este punto del recorrido mis preocupaciones habían quedado atrás. Salí del parque respirando a mayor profundidad y centrando mi mirada a las primeras estrellas que se asomaban desde el nublado firmamento. Al bajar la mirada sentí un impacto repentino, sentí miedo, sentí dolor, sentí alivio.
Esto fue lo que sucedió; una mujer de largo abrigo y mirada profunda esperaba a su mejor amiga sobre las cinco y media de la tarde. Ella no sabía que había cautivado a un artista que al parecer se encontraba dibujando pequeñas aves que comían semillas en el parque. Cansada de esperar la mujer se marchó. El artista alcanzo a retratarla a ella. Después le surgió un fan, había olvidado recoger a su hija que integraba el grupo coral en la iglesia. Deprisa se levantó, el retrato se cayó pero sin darse cuenta continúo en dirección hacia el lugar donde se encontraba estacionado su Ford. Encendió el motor pero de inmediato se apagó, en medio de intentos pasaron diez minutos hasta que por fin se movilizo. Acelero a fondo, un vehículo en la cuadra del lado toco la bocina atrayendo su mirada. En menos de dos segundos sintió un fuerte impacto. La mujer del abrigo estaba tomando una bebida caliente, al escuchar el frenado en seco salió corriendo para auxiliar el desfavorable evento.
Recobre el sentido y abrí mis ojos, vi una luz blanca que poco a poco disminuía su intensidad permitiéndome reconocer las formas del lugar donde me encontraba, era un cuarto de hospital. Sentí una leve presión en mi mano derecha y al voltear mi cabeza me encontré con una mujer de piel blanca, mejillas rojas, labios deseables, cabello negro azabache y que vestía un abrigo. Enseguida pensé en el retrato que había recogido en el parque, sin duda alguna era ella. Ella vino a mí de manera inesperada, con sus cuidados entró en mi corazón y por esa razón le entregue mi amor. Entiendo que la vida nos da continuos regalos aunque la envoltura no sea la más apropiada. By: Güstav Rc’mor